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Richer, Wiser, Happier

La historia demuestra como en los mercados una y otra vez se impone una dinámica corto placista que busca hacer dinero comprando y vendiendo, mirando de anticipar las siempre caprichosas oscilaciones del mercado.

Varias ideas destacan del magnífico libro Richer, Wiser, Happier de William Greene, en donde se repasan las trayectorias de muchos de los grandes inversores de las últimas décadas, resaltando los elementos que explican su éxito en el siempre complejo oficio de invertir. Primero, resulta imprescindible contar con una marcada orientación hacia el largo plazo, algo que exige paciencia y resiliencia para sobrellevar con templanza los periodos bajistas en el mercado, y también para saber capear los momentos en los que las valoraciones se van más allá de lo razonable.

 

Segundo, es importante contar una filosofía y principios sólidos que en parte exigen entender una premisa axiomática de partida y es que una cosa es el precio que nos ofrece Mr. Market a diario, sujeto como sabemos a su cambiante estado de ánimo, y otra cosa muy distinta la aproximación al valor más o menos perfecta que podamos hacer a partir de los fundamentales del negocio. Como señaló de forma célebre Peter Lynch las acciones no son billetes de lotería. Detrás de cada acción hay una empresa; una comunidad de personas trabajando de forma coordinada por ofrecer al mercado de forma eficiente un abanico de productos/servicios cada vez más competitivos, todo lo anterior retribuyendo de forma adecuada los factores de producción. Otro elemento común a todos estos inversores de éxito, que incluyen leyendas de la inversión como Buffett, Howard Marks o Sir John Templeton, y otros quizás no tan conocidos para el gran público, pero igual de inspiradores como Jean-Marie Eveillard o Nick Sleep, es el foco que mantienen en los fundamentales entendiendo que el riesgo a la hora de invertir nada tiene que ver con la volatilidad de los precios –que en todo caso pueden suponer una perfecta oportunidad para comprar acciones a valoraciones especialmente atractivas– sino con la solvencia y calidad de las empresas que componen la cartera, y cómo de predecibles y robustos serán sus beneficios futuros.

 

Todo lo anterior parece una tarea fácil, pero la historia demuestra como en los mercados una y otra vez se impone una dinámica corto placista que busca hacer dinero comprando y vendiendo, mirando de anticipar las siempre caprichosas oscilaciones del mercado (imposibles de anticipar por definición), dando bandazos en un patrón en donde se tiende a comprar cuando el mercado esta caro, y tiende a venderse cuando el mercado está deprimido. Por el contrario, son pocos los inversores que, adoptando un enfoque largo plazo, optan por invertir en una cesta relativamente cerrada de valores, seleccionados en base a estrictos filtros de calidad y en los que poder desarrollar un convicción inversora, y en donde el retorno de la inversión no depende del acierto en el momento compra y venta –donde únicamente hay que asegurarse de que se entra a una valoración que permita una gestión racional del riesgo a largo plazo–, sino del crecimiento futuro de los beneficios de las compañías en las que se invierte.

 

El texto de Greene contiene numerosas lecciones de valor sobre algunos de los criterios que ayudan a maximizar la probabilidad de dar con una buena selección de compañías, así como observaciones de gran sofisticación sobre el funcionamiento de los mercados financieros, siempre apoyadas en un conocimiento práctico, muy alejadas de la muchas veces simplista visión de mercados perfectos y eficientes. Por encima de todo, el libro destaca como invertir con éxito en los mercados financieros exige un buen dominio emocional y fortaleza mental, que únicamente puede lograrse desarrollando una sólida convicción de inversión y teniendo una genuina orientación a largo plazo.

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