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La relevancia de la Economía del comportamiento

La relevancia de la Economía del comportamiento

Los comportamientos de manada juegan un papel muy determinante en la evolución de los mercados a corto plazo.

Muchos grandes inversores largo plazo como Warren Buffett o Peter Lynch, han enfatizado en diversas ocasiones la importancia que tiene el temperamento de los inversores a la hora de obtener buenos resultados en bolsa. De hecho, tener éxito en los mercados depende más de saber disciplinar nuestra conducta como inversores, adoptando un enfoque verdaderamente de largo plazo, evitando operar en exceso en los mercados o dar bandazos en nuestras inversiones, que no de ser especialmente listo. Es por eso que la llamada economía conductual tiene su importancia.

La Economía del comportamiento (o conductual), es la rama de la economía que analiza el comportamiento de los agentes económicos, y más específicamente, sobre cómo éstos toman decisiones en entornos de incertidumbre. Se trata de una rama del saber conocida por los inversores desde los orígenes de los mercados financieros. El sefardita español Joseph de la Vega, autor de Confusión de confusiones, el primer tratado bursátil, incluye en su interesante descripción de los mercados numerosas observaciones sobre el comportamiento de los inversores y como este muchas veces escapa a los parámetros de la racionalidad. De La Vega describe cómo los agentes de bolsa se dejaban llevar por el pánico ante noticias negativas, u operaban según las oscilaciones del mercado, vendiendo con las malas noticias, e invirtiendo cuando el mercado recuperaba la euforia. Unos patrones que llegan a nuestros días. Este estudio sobre el comportamiento humano, se sistematiza en el campo de la economía a partir de la década de los 70s con los trabajos de psicólogos como Daniel Kahneman o Amos Tversky.

Estos investigadores, y otros muchos, han ido arrojando luz sobre la configuración y funcionamiento de nuestro cableado cerebral, así como de sus implicaciones a la hora de tomar decisiones de tipo económico y financiero. De manera célebre, Kahneman-Tversky documentaron como las personas no tenemos un actitud simétrica entre pérdidas y ganancias, sino que tenemos una tendencia a evitar pérdidas, igual que tenemos una aversión a sentir dolor. La Teoría Prospectiva, por la que Kahneman fue el primer psicólogo en ganar el Nobel de Economía en 2013, nos dice que el grado de felicidad que sentimos al ganar, díganos, cien unidades monetarias, es un tercio del dolor que sentimos en caso de perder la misma cuantía. El importe objetivamente es el mismo, nuestra reacción emocional no. Otro descubrimiento de gran importancia es que no tomamos las mismas decisiones según como se nos presenta la información, de ahí que, por ejemplo, las encuestas de opinión o las estadísticas sean fácilmente manipulables, entre otros sesgos con incidencia para los inversores.

De los muchos sesgos y mecanismos que condicionan o afectan la manera en la que funciona nuestro cerebro con especial incidencia para los inversores, cabe destacar nuestra tendencia a la acción, especialmente ante cambios en el entorno, pero no solo. En general, cuando sentimos cualquier tipo de dolor o malestar, imaginemos caídas fuertes en los mercados, nuestro cerebro nos pide que actuemos para aliviar este malestar. El impulso natural en estos casos es hacía la venta cuando, sin embargo, y como demuestra una amplia evidencia empírica, lo mejor es siempre no hacer nada: la oscilación a corto plazo de las acciones, rara vez guarda relación con los cambios en los fundamentales en el negocio, lo que realmente determina la rentabilidad a largo plazo.

En sentido contrario, la mente humana guarda en su memoria un importante sentido gregario: mantener una posición impopular es difícil, y por el contrario, cuando una cosa se pone de moda, resistirse no es fácil. Los comportamientos de manada juegan un papel muy determinante en la evolución de los mercados a corto plazo con dinámicas como perseguir el retorno por miedo a perdernos la fiesta (FOMO, Fear of Missing Out), o vender activos a valoraciones ridículas simplemente por dejarnos llevar por los momentos de pánico que regularmente se contagian en los mercados. Otros sesgos que pueden jugar un papel importante en el ámbito de las inversiones son la tendencia a invertir en acciones del mismo país, por considerarlas de menos riesgo simplemente por la proximidad, y aunque no se disponga de ningún argumento que sustente esta afirmación, o la reticencia a vender un valor en pérdidas no por oscilaciones en el precio, sino por un deterioro en los fundamentales que nos negamos a reconocer.

En general, los inversores que centran su atención no tanto en la evolución a corto plazo de los precios, sino en la evolución de los fundamentales de los negocios subyacentes de su cartera, son más inmunes y están más preparados ante las tentaciones de la psicología humana, y de las que son presa fácil aquellos que juegan a especular a corto en los mercados financieros. Desarrollar una buen temperamento inversor ante la volatilidad de los mercados (y no solo), así como adoptar un enfoque genuinamente de largo plazo, son dos ingredientes que garantizan buenos resultados y para los que la rama de la economía conductual es un buen apoyo.

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