La inflación monetaria, –esto es el incremento de la oferta monetaria–, antes o después, se traduce en un incremento generalizado de los precios reflejando el menor poder adquisitivo del ahorro a lo largo del tiempo. Se trata también de uno de los principales riesgos a los que se enfrenta el inversor en el escenario actual post-Covid, caracterizado por unos niveles de endeudamiento históricos desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Una deuda impagable vía impuestos y que se impagará de forma encubierta a través de la devaluación monetaria.
Ante esta disyuntiva uno puede resignarse a formar parte de este impago generalizado o tomar medidas para cubrir estos riesgos en el largo plazo. Para ello es importante ser poseedor de activos reales, es decir que nos protejan de la inflación: terrenos, inmobiliario o acciones son clases de activos a considerar. En el caso particular de las acciones, activos a los que subyace un negocio, es especialmente importante que estemos invertidos en activos de calidad. Hablamos de empresas de calidad cuando un negocio consiste en las siguientes características: ventas en crecimiento en sectores donde el tiempo juega a favor, sólida generación de caja, un balance saneado y están operados por un equipo directivo competente y honesto.
Todos estos elementos combinados resultan en negocios que tienen una ventaja competitiva y sostenible en el tiempo, es decir gozan de protección contra la competencia, una protección que puede consistir desde liderar la industria en costes hasta tener el mejor modelo logístico o de operaciones, o tener una marca muy reconocida y valorada por los consumidores. Todos estos elementos, y algunos otros, permiten a este tipo de empresa tener lo que Warren Buffett considera la característica más importante de un buen negocio: poder de fijación de precios. Este poder de fijación de precios consiste en que sí la estructura de costes se incrementa –por ejemplo, debido a la subida de la inflación–, estos incrementos pueden trasladarse al precio de venta al consumo sin que las ventas se resientan. De esta forma los márgenes, beneficios y rentabilidad para el accionista están protegidos (igual que lo estarían ante la entrada de un competidor).
Dos ratios financieros elementales para identificar negocios con (a priori) alto poder de fijación de precios son el margen bruto (gross margin), la diferencia entre las ventas y los costes operativos directos, o un elevado Retorno sobre el Capital Empleado (ROCE), que da una idea de la rentabilidad real entre la inversión total que necesita movilizar un negocio y lo que genera.
Por otro lado una normalización en los rendimientos de la renta fija y consiguiente endurecimiento de los diferenciales en las condiciones de financiación, se traduce en dos efectos sobre la renta variable. Por un lado, un ajuste en las valoraciones debido al incremento de las tasas de descuento; por otro, un incremento en la percepción de riesgo en aquellos valores con mayor apalancamiento. En ambos casos, tanto las empresas que estaban valoradas a múltiplos difícilmente justificables, o aquellas empresas que soportan una deuda superior a la calidad de su negocio, en términos de generación de caja, están en una posición frágil y expuestas a sufrir mayores caídas.
La filosofía EDM se apoya en la inversión en compañías con balances saneados y sólida generación de caja. Negocios que no necesitan de recurrir a recursos ajenos para financiar su actividad normal o su crecimiento, lo que las hace menos vulnerables a la volatilidad a corto plazo. Ello permite al inversor que va a largo plazo transitar por estos periodos con relativa tranquilidad con el convencimiento que está protegido del principal riesgo para el inversor, que es siempre la insolvencia.
